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Ver productosEn las cortes de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, del rey abajo ninguno se libró de versos anónimos que denunciaban el abuso y ridiculizaban a los poderosos
23 de septiembre de 2025 - 11min.
Avance
La poesía satírica ha estado presente en todas las épocas para denunciar los abusos del poder o como arma entre facciones para alcanzarlo. Suele ser clandestina y anónima por los evidentes riesgos que comporta y, en el caso de España, proliferó en el siglo de Oro, durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II. La Biblioteca Nacional conserva miles de páginas, legajos compuestos de cuadernillos en los que coleccionistas del género recogieron estos poemas y que hasta hace muy poco han seguido durmiendo en los archivos. El catedrático de Literatura Ignacio Arellano ha publicado una edición crítica de la Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro (Cátedra), y en este artículo apunta algunas de sus caracerísticas.
Una de las escasas excepciones al anonimato —explica— fue la del conde de Villamediana, que vertió durísimas sátiras contra los validos (equivalente a primeros ministros) de Felipe III, tildándolos de ladrones, cornudos y herejes, con el duque de Lerma a la cabeza. En el reinado de Felipe IV, el blanco principal de las pullas satíricas será el poderoso conde-duque de Olivares, con epítetos del siguiente jaez: «demonio que respira en cuerpo humano». Y no se libró de los ataques su hijo bastardo, llamado primero Julián de Valcárcel y después de su reconocimiento oficial don Enrique Felípez de Guzmán. Cuando muere el rey y le sucede como regente su viuda, Mariana de Austria, llegan nuevos validos y se llevan su correspondiente ración de dardos literarios. Son los casos del jesuita Everardo Nithard; Fernando de Valenzuela, llamado el Duende; Juan José de Austria; el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa. Lo mismo ocurrirá cuando acceda al trono Carlos II, que ha pasado a la historia como el Hechizado.
En los versos que, a modo de muestra, aparecen reproducidos en el artículo se pueden comprobar dos cosas: que las condenas de ese tribunal de papel recaen por igual en reyes, ministros, aristócratas, clérigos, esposas, queridas, etc.; y que el ingenio está presente en los juegos de palabras y los variados modelos de insultos, así como en los brillantes hallazgos expresivos, lo cual viene a desmentir el tópico de la pobreza estética de tales poemas.
En todas las épocas ha habido literatura satírica contra el poder y sus abusos. Prolifera cuando se presenta una crisis (sea esta real o una percepción extendida), y se proyecta hacia el pueblo o el vulgo, pero sería erróneo considerarla como «popular», pues en realidad se impulsa desde las facciones de poder de las élites; y tampoco constituye el «órgano de expresión de una oposición al poder», como han dicho algunos historiadores, sino más bien de una oposición a ese poder concreto que está en ejercicio y contra el que maniobran otras fuerzas que aspiran a sustituir a las anteriores, sin perjuicio de que estas guerras satíricas influyan en la opinión pública.
La sátira política, arma de ataque, clandestina por los evidentes riesgos que implica, se caracteriza por la anonimia, las copias rápidas, las modificaciones y mutaciones en miles de variantes. Constituye un magma de materiales diversos que pasaron de mano en mano sin poder llegar a la imprenta, y que sobrevivieron a pesar de todos los peligros, aunque han seguido durante siglos en la clandestinidad del olvido.
La Biblioteca Nacional de España guarda miles de páginas, legajos compuestos de cuadernillos en los que coleccionistas del género recogieron estos poemas, copiados por manos desconocidas en trozos de papel, en márgenes de cartas, recortados, acumulados desordenadamente, textos que salvo excepciones muy parciales (como las breves antologías de los estudiosos Teófanes Egido y Mercedes Etreros) hasta hace muy poco han seguido durmiendo en los archivos.
En la poesía clandestina del Siglo de Oro se pueden advertir dos grandes ciclos correspondientes a los reinados de Felipe III y Felipe IV, y al de Carlos II. En el primero destaca el conde de Villamediana, Juan de Tassis —única excepción al anonimato habitual—, que entra en la lid con durísimas sátiras contra los privados de Felipe III, a los que acusa de ladrones, cornudos y herejes: el poema Procesión presenta un desfile completo de los cortesanos de Felipe III a la subida al trono de Felipe IV:
La procesión se comienza
de privados alevosos,
de ministros codiciosos
y hombres de rota conciencia.
¡Dilín, dilón,
que pasa la procesión!
A la cabeza de todos, el duque de Lerma, que se hizo nombrar cardenal para eludir la jurisdicción civil en las investigaciones que Olivares ordenó:
El mayor ladrón del mundo
por no morir ahorcado
se vistió de colorado.
Este gran potentado, Caco de las Españas o «el mayor ladrón del mundo», es el protagonista principal, pero no el único, como reza una parodia de letanía religiosa:
El que más ha hurtado al rey,
cuando estaba en su tribuna,
ha sido el duque de Osuna.
Libéranos, Domine.
Otro ha hurtado con afán
muchos dineros al rey,
este es el de San Germán.
Libéranos, Domine.
Con el cambio de reinado y la llegada de Felipe IV, el blanco principal de las voces satíricas será el conde-duque de Olivares. La acumulación de conflictos económicos, bélicos —Flandes, Italia, Francia, Cataluña, Portugal…—, políticos y de todo tipo erosiona la figura del valido:
No puedo callar verdades
que reviento por decillas,
que están perdidas las villas
y asoladas las ciudades;
están llenos de maldades
los que gobiernan España
y tienen por grande hazaña
el que a España así se trate
y de esto el conde es faraute,1
que es el mayor enemigo
y digan que yo lo digo.
Una formidable oleada de coplas, libelos y pasquines arremetieron contra el privado tratándolo de tirano, asesino, hechicero, ladrón, ambicioso, traidor, soberbio, hereje… un «demonio que respira en cuerpo humano», un «monstruo» arrogante, un carnicero con piel de cordero, comparable con Nerón, verdugo violento cuyo propio lugar es el infierno.
El extenso poema La cueva de Meliso concentra la mayor parte de estos ataques, recogidos también en parodias de testamentos otorgados en el momento de su caída, como el que empieza Enfermo ya del mal de mi cabeza…, en donde se manifiesta capaz de dominar en maldad al mismo infierno:
Yo por ser hechicero y ser tan dueño
de todos los ministros infernales
con ellos con mil pactos tengo empeño
y él por lo hipocritón en tantos males,
pues ha de ser eterno aqueste sueño.
Para dar de quien somos las señales
harémosnos señores del infierno,
o pondremos en él nuevo gobierno.
Se reiteran algunos motivos satíricos, como las burlas al gallinero (aviario que construyó en el Buen Retiro), a la muleta en la que se rumoreaba que guardaba un diablillo, a los escándalos del convento de San Plácido, en donde se decía que practicaba el acto sexual con su mujer para obtener descendencia mientras las monjas los incensaban; y sobre todo contra su hijo bastardo llamado primero Julián de Valcárcel —por haber tenido como tutor a Francisco de Valcárcel, alcalde de Casa y Corte— y después de su reconocimiento oficial nombrado don Enrique Felípez de Guzmán, del que fue especialmente satirizado su casamiento con la hija del condestable de Castilla, doña Juana de Velasco, después de anularse el matrimonio que había contraído con Leonor de Unzueta; véase esta décima puesta en boca del mismo Julianillo:
Hijo de puta nací
y como tal me crié;
no sé si me bauticé;
que me confirmaron sí
toda la bribia aprendí:
de buen salto me escapé,
caseme y me descasé
y ahora me vuelvo a casar.
Veome en alto lugar
y no sé en qué pararé.
Una de las funciones de la figura del valido es fungir como chivo expiatorio y salvaguarda del monarca, pero ni siquiera el rey se libra de las embestidas satíricas:
De un hartazgo, dijo Urgel,
que enfermó Felipe Cuarto,
y si él enfermó de harto,
el reino lo está más de él.
Cuando en agosto de 1627 el rey cae gravemente enfermo, parece que la opinión general lo sintió poco. Escribió el cronista Matías de Novoa: «Lo que se hablaba en el lugar: que deseaban la muerte del rey (cosa jamás vista en sucesos semejantes de vasallos españoles) por verse libres de él [el conde-duque]; que habían de hacerle pedazos a él y a los suyos, y abrasarles las casas». Un satírico advierte:
Magno Felipe, mirad
que el pueblo está alborozado
de oír vuestra enfermedad,
porque nos habéis quitado
hasta la fidelidad.
El nuevo reinado multiplicará la poesía satírica, en una verdadera explosión de textos. Cuando muere Felipe IV, la reina viuda y madre [Mariana de Austria] asume la regencia hasta la mayoría de Carlos II, descrito en las sátiras como rey enfermizo manipulado por su madre y por los favoritos, frente a los cuales se opone Juan José de Austria, hermanastro del rey y rival de la reina.
Los ciclos satíricos pueden observarse según la sucesión de los validos: Everardo Nithard; Fernando de Valenzuela, llamado el Duende; gobierno de Juan José de Austria; del duque de Medinaceli y del conde de Oropesa. Todos recibirán su ración de ataques, empezando con el jesuita austríaco Nithard, confesor y favorito de la regente; así se advierte al rey que su madre
Procura acabar solícita
con todo este reino hispánico
por el dictamen diabólico
de su confesor cismático.
Después de Nithard manda un advenedizo, Fernando Valenzuela, de quien se queja otro criticador:
Que Valenzuela en España
mande a todos a porrazos,
y que sin que haya embarazos
tire de su ardid y maña,
y que con esta patraña
quiera engañar a la gente,
malhaya quien lo consiente.
El apoyo de la reina gobernadora a Valenzuela no es suficiente para resistir el embate de la mayoría de los grandes nobles, que consiguen en enero de 1677 la caída del odiado valido, desterrado para Filipinas:
Ícaro, Fernando, fuiste;
del sol subiste a la esfera;
eran las alas de cera:
derritiéronse, caíste.
Tras esta caída del Duende, don Juan José de Austria finalmente consigue el poder, pero las ilusiones humanas son efímeras. Panfletos, pasquines y coplillas cobran nueva intensidad a partir de febrero de 1678, disparando sátiras a diestro y siniestro. Las malas cosechas que provocan la subida de precios del pan y los fracasos militares (pérdida de Puigcerdà y otras renuncias firmadas en el tratado de Nimega de septiembre de 1678) aumentan el desprestigio del bastardo real:
Mucho siente Juanillo
que digan mal dél;
pues el hijo de puta
¿por qué no obra bien?
El duque de Medinaceli, el conde de Oropesa, ministros y funcionarios, secretarios de estado, clérigos, obispos… todos reciben los palos de las voces satíricas, sin que conste el efecto que hicieron en sus conciencias.
La muerte sin sucesión de María Luisa de Orleans [esposa de Carlos II] el 12 de febrero de 1689 no suscitó la compasión de quienes publicaron versos infamatorios contra la difunta reina. Poco tiene de lamento funeral esta composición:
De un accidente impensado,
bien curado y mal temido,
si una reina ha fallecido,
todo un reino se ha salvado.
Poco ha sido lo llorado
y mucho el luto funesto,
y el que hubiere echado el resto
sintiendo el fatal través,
lo más que han llorado es
porque no murió más presto.
La nueva esposa de Carlos II, Mariana de Neoburgo, trae consigo un nuevo periodo convulso, con proliferación de nuevas facciones. La cuestión sucesoria es cada día más grave y, en medio de incontables intrigas de Francia y del Imperio, en marzo de 1698 vuelve a la presidencia del Consejo de Castilla el conde de Oropesa, por poco tiempo. El llamado motín de los gatos termina con él y con otros próceres. El estallido sucede el 28 de abril de 1699, cuando una madre angustiada por los precios del pan protestó en la Plaza Mayor de Madrid, y el corregidor Francisco Vargas le aconsejó burlonamente castrar a su marido para que no le diese tantos hijos que alimentar, provocando la indignación popular y el inicio del motín.
La revuelta por la dificultad de las subsistencias se transformó en revuelta política. A la consigna de «Y que muera el de Oropesa» la casa del conde fue asaltada y las masas no se apaciguaron hasta que el propio rey, desde el balcón de su palacio, se disculpó por desconocer los problemas de sus súbditos. El locutor que se presenta como voz del pueblo solicita al rey la enmienda de tantos males:
Cesen ya los latrocinios,
no haya más; rey, rey, atiende,
a que a ti te nos dio Dios
porque remedio pusieses.
Los gobernantes, en suma, sin exceptuar los monarcas, fueron juzgados, vejados, afrentados, insultados y vilipendiados utilizando motivos de variada importancia, desde las acusaciones de alta traición y crímenes execrables hasta las burlas basadas en detalles mínimos.
Los recursos literarios, contra la idea errada, aunque muy extendida, de la pobreza estética de estos poemas, fueron igualmente variados y exploraron mecanismos con mucha más conciencia expresiva de lo que se suele conceder a este género: desde los ingeniosos juegos de palabras y alusiones de todo tipo hasta multiformes modelos de insultos, atravesando toda clase de fórmulas métricas y elaborando paródicamente numerosos modelos como pasquines, epitafios, oraciones, memoriales, testamentos, oráculos, adivinanzas, juegos de naipes, recetas médicas, sueños y visiones, hablillas de mentidero, pregones y otros.
Un despliegue de ingenio destructivo y aviesas intenciones que el paso del tiempo ha hecho más clandestino de lo que fue en su época por el olvido en que se ha tenido y por la dificultad de entender las referencias concretas a circunstancias y personajes.
No es momento de analizar aquí sus mecanismos expresivos, pero el interesado en su lectura que quiera paliar estos obstáculos dispone ahora de trabajos recientes y muy accesibles: los menciono por si resultaran útiles a algún curioso:
Arellano, Ignacio, Poesía de sátira política y clandestina del Siglo de Oro, I, Ciclo de Felipe III y Felipe IV, Nueva York, IDEA, 2023. https://dadun.unav.edu/entities/publication/c74c50ba-13a2-4ec2-811f-9fe08f3e2d56
Arellano, Ignacio et al., Poesía de sátira política y clandestina del Siglo de Oro, II, Ciclo de Carlos II, Nueva York, IDEA, 2023. https://dadun.unav.edu/entities/publication/a71f4ed7-db4a-474a-bb7a-229fb8e05ae2
Arellano, Ignacio, Paradigmas estructurales en la poesía clandestina del Siglo de Oro, Kassel, Edition Reichenberger, 2023.
Arellano, Ignacio, ed., Poesía clandestina y de protesta política del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 2025.