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Ver productosEn su último libro, el filósofo A. C. Grayling explora, en son de paz, el corazón de las recientes guerras culturales, porque «que un objetivo sea idealista no es razón para no intentarlo»
4 de septiembre de 2025 - 8min.
Anthony Clifford Grayling. Filósofo y ensayista británico nacido en Zambia en 1949. Fundador y rector del New College of the Humanities (actual Northeastern University London), ha pasado por otros centros como el St. Anne’s College de Oxford o el Birkbeck College (Universidad de Londres). Autor de más de una treintena de libros y colaborador en varios medios, defiende, desde el centroizquierda, posturas del humanismo secular.
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«El wokismo y la cultura de la cancelación se convirtieron en términos de guerra —guerra cultural— en la segunda década del siglo XXI. La guerra en sí llevaba ya mucho tiempo en marcha; los asuntos en juego eran de importancia universal; solo los términos eran nuevos». Así comienza el último libro del filósofo y ensayista A. C. Grayling dedicado a explorar las características de las nuevas guerras culturales.
Para variar el título introduce también la palaba «paz». ¿Es posible esta combinación? Grayling escribe en el prefacio de la obra que sabe que su intento resultará sospechoso a todas las partes, sobre todo si no se indica desde qué lado aporta la reflexión. Por eso hace explícita su filiación política de izquierdas y su simpatía por lo woke. Ahora que la misma palabra se ha convertido en un insulto, su empeño es una empresa de riesgo. De riesgo doble, además, porque aparte de la gran división pro y antiwoke, existe otra que pone de manifiesto Hugh Breakey en la revisión del libro publicada en The Conversation. Se trata de dos tendencias que ejemplifican las posturas de dos pensadores y dos libros: el que protagoniza este texto y Yascha Mounk en La trampa identitaria. Aparte de esa referencia, este análisis se basa también, entre otras fuentes, en la reciente entrevista al pensador de Irene Hernández Velasco en El Confidencial.
Bordeando el oxímoron, el filósofo A. C. Grayling ha titulado su último libro (aún no publicado en España) Discriminations: Making Peace in the Culture Wars (Discriminaciones: haciendo las paces en las guerras culturales). Pero ¿es esto posible? O también, ¡cómo es posible! La proliferación de signos de exclamación no es gratuita. Las posiciones claras y contundentes de este filósofo resultan a menudo polémicas y provocan reacciones agitadas, pero para eso está el bálsamo de la lectura: casi 300 páginas publicadas por Simon & Schuster donde hay lugar para los matices y la contextualización.
Pero si lo que no hay es demasiado tiempo o paciencia, el paso por el Hay Festival de Segovia el próximo 12 de septiembre del filósofo o la reciente entrevista publicada en El Confidencial sirven para hacerse una composición de lugar sobre las posiciones del filósofo acerca de las principales cuestiones que trata en su obra, como la cancelación o el wokismo. Por ejemplo, Grayling sostiene que este último es la continuación legítima de los movimientos por los derechos civiles que comenzaron en la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad: «Wokismo y corrección política son etiquetas utilizadas por los conservadores y la derecha para tratar de contrarrestar los movimientos contra la discriminación. Los ‘intereses’ conservadores se sienten amenazados por la reivindicación de derechos de quienes buscan una sociedad más justa e inclusiva».
Sobre esta confusión —interesada o no— entre derechos e intereses pone el foco muy directamente el artículo de The Conversation, donde Hugh Breakey, director del Instituto de Ética, Gobernanza y Derecho de la Universidad Griffith, subraya al ocuparse del libro: «Grayling distingue entre derechos e intereses. Argumenta que “ningún ejercicio de derecho puede negar los derechos fundamentales de los demás”. Con demasiada frecuencia, insiste, figuras de ambos partidos políticos interpretan que sus oponentes violan sus derechos cuando, en realidad, solo están comprometiendo o perjudicando sus intereses. Grayling tiene toda la razón al afirmar que todos los sectores políticos podrían beneficiarse de analizar seriamente las diferencias entre derechos e intereses. Rechazar los intereses de alguien no es lo mismo que violar sus derechos. Los intereses están inevitablemente en conflicto y siempre requieren negociación y compromiso».
Hace a continuación una observación muy aguda: «¿Qué pasa si las palabras o acciones de un oponente no violan los derechos de nadie, pero sin embargo contribuyen plausiblemente a un mundo donde tales violaciones son más probables? Se podría decir que el problema de la intolerancia política no se debe a una confusión de derechos e intereses, sino a la facilidad con que cualquier ataque a los intereses de un grupo puede representarse como un ataque indirecto a sus derechos».
A esa malversación del debate hace referencia el autor en el prefacio de su libro. Sabe que es un campo tumultuoso en el que «el humo y el calor que generan oscurecen casi por completo las verdades en juego y dificultan ver un camino hacia soluciones». Pero, incluso en ese contexto aparece el filósofo moralista, práctico, que es Grayling queriendo ejercer y «discriminar —aquí el término tiene un significado positivo— entre lo que está bien y lo que está mal. La filosofía busca profundizar más y ver más lejos, pero eso no significa que sea neutral», recuerda; «hay cuestiones cruciales y graves en juego en las guerras woke, y reconocerlas claramente es indispensable».
Tampoco él es neutral y deja clara su posición. Reconoce su simpatía hacia lo woke, tanto intelectual como emocionalmente, y «más precisamente, hacia las preocupaciones que dan origen al wokismo […] Pero también reconozco la fuerza no solo de las objeciones a cómo se llevan a cabo algunos esfuerzos activistas, sino también de las expresiones de preocupación del lado antiwoke respecto a cuestiones como la “justicia de turba” (mob justice) y la negación de la libertad de expresión».
Sobre los extremismos, en la entrevista en El Confidencial es explícito: «Hay posturas extremas en ambos lados del debate. Hay activistas furiosos y frustrados contra la discriminación —contra el racismo, contra el sexismo, etc.— que utilizan campañas como el MeToo y la cancelación para forzar su punto de vista. Esas medidas pueden ir demasiado lejos y causar daño; el alcance que proyectan es demasiado amplio e implica imponer el mismo castigo a todos los afectados, incluso si los delitos cometidos son de diferente gravedad. Pero cabe destacar una cosa: aunque se preste mucha atención a las formas más extremas del activismo progresista, no es comparable con el extremismo del lado conservador: de los supremacistas blancos, sexistas, racistas, neonazis, masculinistas e influencers de la manosfera. Al comparar los extremos, estos últimos son mucho peores. Sus puntos de vista y prácticas son horribles y peligrosas, de un modo al que los wokistas ni siquiera se acercan».
La oposición anterior es frontal, clarísima. Más sofisticado es el desajuste que la discrepancia ante el fenómeno woke puede suponer en el seno de la izquierda. Se fija en este punto, de nuevo, Hugh Breakey en The Conversation y establece una confrontación muy interesante entre dos pensadores del mismo espectro político que han expuesto sus distintas visiones en dos libros recientes: el propio Grayling y Yascha Mounk en La trampa identitaria. «Al igual que Grayling, Mounk es un izquierdista moderado. Al igual que Grayling, critica el activismo progresista. Pero ahí terminan sus similitudes. Para Mounk, el wokismo no es una continuación de las luchas tradicionales de la izquierda por los derechos civiles, sino una marcada desviación de ellas […]. Para Mounk, la intolerancia progresista —en forma de cancelación y prohibición de plataformas— es una característica, no un defecto». Grayling sí lo consideraría defecto e incluso traición a los valores tradicionales de la izquierda que comparte con los activistas.
Entonces cabe la pregunta por la adecuación o las bondades de la cancelación. Grayling recuerda que pocas cosas nuevas hay bajo el sol y relaciona la cancelación con el ostracismo griego, una institución que permitía a los ciudadanos desterrar a un individuo considerado peligroso o una amenaza para la democracia, evitando así abusos de poder y el surgimiento de tiranías. «La historia consiste en un grupo que cancela (reprimiendo, conquistando, persiguiendo, esclavizando, subyugando, explotando) a otro grupo. La guerra es un intento de cancelación. La sociedad cancela a quienes cometen delitos encarcelándolos, una forma de ‘cancelación defensiva’», respondía en la entrevista con Irene Hernández Velasco. Y proseguía: «La cancelación defensiva a veces puede estar justificada: en las guerras wokes, merecen ser cuestionados quienes usan sus plataformas o privilegios para hacer daño y, si es necesario, se les debe impedir el uso de la plataforma desde la que causan daño. Pero, en general, yo preferiría que a quienes causan daño se les combata con buenos argumentos y pruebas, y a quienes han causado daño y lo aceptan se les debería dar la oportunidad de reformarse y de reparar su daño».
Con perspectiva histórica y parada en Aristóteles —que en su Ética para Nicómaco habló de las dificultades para encolerizararse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno y del modo debido—, aboga por una discriminación cuidadosa y justa para identificar y rechazar el mal, en lugar del rechazo indiscriminado que observa en cierta parte del activismo moderno.
Enmarca la discriminación en el terreno de los derechos humanos: si estos se respetaran universalmente, la base de la discriminación se disolvería. Quizá por este terreno sí sería más fácil avanzar en el terreno, minado actualmente, de las guerras culturales. Como Grayling afirma en el prefacio de su libro: «Rescatar lo que verdaderamente es bueno de esta batalla, lograr incluso que su desenlace represente un avance, que sea constructivo en lugar de destructivo, y no solo aceptable sino incluso satisfactorio para todos, sería maravilloso. Que un objetivo sea idealista no es razón para no intentarlo; la parte realista del idealismo es que uno se acerca más a conseguir su meta al intentarlo que al no hacerlo en absoluto».
Esta entrada ha sido redactada por Pilar Gómez Rodríguez con las referencias que se mencionan. La imagen, firmada por YakupIpek, se encuentra en el repositorio de Pixabay y se puede consultar aquí.